lunes, 24 de enero de 2011

Relato de Paco el camarero

Hola chicos, aquí dejo mi capítulo. He intentado acoplarme a lo que habéis dicho cada uno. Pero, como habéis dicho todos, también se puede cambiar.Hasta mañana!


¡Madre de Dios! ¡Madre de Dios! El chavalillo ahí muerto ¿Será posible? Si es que las cosas ya no están como antes. Sin darte cuenta ¡plas! uno ve un muerto de buena mañana. Yo no digo que estas cosas antes no pasaran, pero sí digo (desde el respeto) que hoy en día esto es más fácil, y no es que me considere un sabio, pero uno fácilmente se da cuenta de que, insisto, las cosas ya no son lo que eran.

La vida no deja de sorprendernos señores. Lo que parece que va a ser un día como otro cualquiera, se convierte en algo único. Triste, pero único, al fin y al cabo. Yo, hoy, como cada mañana, me he levantado a las 6.30, me ha despertado como siempre el despertador con esa musiquita que le ha puesto mi mujer que imita el sonido del teléfono antiguo, que un día me va a costar la vida ese sonidito. Claro, me despierto alterado pensando que suena el teléfono de urgencia e imaginándome una desgracia, y no, es el despertador digital con sus numeritos en la pantalla y su lucecita parpadeante. Sonido para los nostálgicos… ¡tonterías! Sonido para los que quieren despertar con un infarto. A lo que iba, me he levantado, he apagado el despertador, me he puesto mis zapatillas de felpa que me esperan calentitas y confortables a lo pies de la cama, me he dirigido a tientas al lavabo, he encendido la luz, he cerrado la puerta, he encendido la ducha, y mientras espero a que se caliente el agua (sé que es un derroche y un gasto innecesario, pero son esas manías, y porqué no decirlo, esos caprichitos, que un hombre a mi edad ya ni va a cambiar ni se va a privar de ellos) me he mirado en el espejo. Las arrugas, las arrugas…nunca he sido presumido, pero eso no quita que uno sienta una sensación extraña y desconocida al verse envejecer. En fin, nada de apenarse. Al menos por mi aspecto físico, no. Y tras una duchita bien caliente, un buen afeitado, gomina en el pelo (en el poco pelo) que me queda, repeinadito hacia atrás, y con olor a colonia, me he vestido y he venido a trabajar. No sin antes, dar un beso a mi santa esposa. Cada mañana cojo el autobús, el metro no me convence del todo, y cada mañana me doy un paseíto ligero desde la parada a la facultad. Una vez dentro, he ido a mi taquilla, me he puesto mi camisa blanca y mi pantalón negro (sencillo pero con buen gusto) y me disponía a hacer todas las actividades propias de mi profesión (encender la máquina de café, sacar los bollos frescos, darle un poco a la balleta y esperar al primer cliente) cuando Montse apareció como una loca, pálida pálida, con la vitalidad que tiene siempre esta mujer, y me dijo, entre sollozos, suspiros, gritos, y tartamudeos, que había un chavalillo muerto.

¡Muerto! ¡Un alumno muerto! ¿Quién sería? ¿Le conocería? ¿Habría hablado alguna vez con él? No pude controlar a la curiosidad, y me fui corriendo a verlo. Sí, sabía quién era: ¡Alex! No era un chico con el que hubiese hablado mucho hasta hace poco. Al fin y al cabo, aquí conversaciones de más de cinco minutos sólo mantengo con mi amiga Montse (más conocida como la señora de la limpieza), con el cura, con quien algún carajillo he compartido, y poco más. Bueno sí, hay una profesora, Irene Vázquez creo que es, con la que sí he hablado, debe ser de las únicas profesoras simpáticas (y guapas, sí, y guapas) de este edificio. Recuerdo que ayer me comentó que se iba de viaje a no sé dónde ¡lo que se ha perdido! Seguro que se quedará perpleja cuando sepa que se ha cometido un asesinato, no dará crédito, con lo buena mujer que es, siempre pendiente de sus alumnos y defensora de la libertad. Luego está ese tal Doctor Corbacho, que suelta unas peroratas (caray, ¿perorata? ¿de dónde habré sacado esa palabra?) densas e incomprensibles, al menos yo, no entiendo una palabreja de lo que dice. Bueno, que otra vez me voy a por uvas ¿qué estaba diciendo? ah si, eso, que le conocía. Era un muchachito simpático, alegre, con amigos, no parecía alguien problemático. Eso sí, la cabeza la tenía como una bola de billar, las modas de hoy en día, que no hay quien la entienda. Pedía sus cocacolas, su cervecita algún viernes por la tarde, comía con ganas, una persona normal entre personas normales. Bien es cierto que últimamente estaba desanimado y pasaba tiempo aquí solo. Antes se sentaba en las mesas con sus amigos, y unos días atrás se quedaba en la barra, sin más compañía que su café. Algunas palabras si que crucé con él, lo típico - ¿Qué tal Paco, cómo va hoy el día?- Aquí me ves muchacho, para todo vale uno. ¿Tú? Alegra esa cara hombre. Ya verás como te salen bien los exámenes - No, si no es eso. Es todo muy complicado – Válgame Dios, chico, cualquiera diría que has visto un muerto- … y así eran nuestras conversaciones, yo, tan oportuno como siempre. Ay si hubiese podido hacer algo para animarle. Le tendría que haber regalado unas botellitas de orujo de mi pueblo, que a saber, tiene muchos beneficios y propiedades: combate el catarro, combate el aburrimiento, es estupendo para echar una cabezadita, hasta dicen que previene enfermedades del corazón ¡no hay más que verme! Igual de ágil que a mis veinte años y eso es porque acostumbro a darle un lingotazo de vez en cuando.

En fin, que hoy está siendo un día intenso. La cafetería suele ser un lugar tranquilo aunque con barullo por las voces de los jóvenes, no es que sea el sitio más que agradable donde pararse una mañana de recados o donde pasar una velada romántica, pero es un sitio que cumple su función para con los estudiantes. Ellos se sienten como en casa, y estén seguros de que yo hago todo lo posible para que así sea.

Pero lo de hoy está siendo un no parar. Policías, periodistas, médicos, psiquiatras, todo el mundo está hoy por aquí. Y uy uy uy de lo que me estoy enterando. Ya conocen ustedes mi tendencia a ser un poco, como decirlo, cotilla, chismoso, cotorro. Pues bien, ha venido una psiquiatra con acento extranjero y tras pedirme su –café au lait - ¿café o qué, café olé?- Con leche, señor, con leche- (me dijo cabizbaja con los ojos por encima de sus gafas ) se puso a hablar con una maquinita que traía en el bolso y a escribir notas en su cuaderno, que si la relación con la madre, el homoerotismo, el golf, los gatos, las vacas, Rose Marie… está mujer está como una cabra, como un cencerro. Y yo, que estas cosas pueden con mi salud mental, me he tomado un chupito de pacharán sabiendo que el día que me espera va a ser muuyy laaargoo.

Por ahí viene el señor cura –Paco, póngame usted ese pacharán- Vaya, qué confianzas nos traemos ya, oiga. No me supone ningún esfuerzo invitarle, pero de ahí a que me lo exija… al fin y al cabo, es un buen hombre…mire, no diré nada y compartiré con el otro chupito –Hala, a la salud del muerto- (otra vez mi oportunismo, voy a tener que dejar de lado este licor, hip) – Paco, qué cosas tienes…- Perdone señor cura, es que estas situaciones me trastocan- Hijo mío, los caminos del señor son inescrutables- Si si… (otra vez nooo, ya está desvariando, que si la interpretación de los Santos Evangelios, el poder del cáliz. Haré como si estoy muy ocupado y me pondré a fregar platos)- Sí sí, señor cura… - Mmmm, adiós Poncio- ¿Y por qué me llama este Poncio ahora? Y encima se va así sin más, con ojos sospechosos y todo.

Al otro lado de la barra un policía habla con lo que parece, según sus palabras, un médico forense. Ajá, con que esas tenemos. Parece ser que ha sido golpeado por un bretón de huesos fracturados sin sangre por la señora de la limpieza... ¿pero qué dicen estos dos? ¿Mi Montse? ¿Se ha vuelto loco el mundo? Esto va a ser más duro de lo que yo pensaba. Chupito al canto.

¿Y ese joven estudiante de ahí quien es? Pobrecillo, qué cara de circunstancia trae, pegado al móvil está. Vete tú a saber, igual guarda el secreto de la muerte de nuestro Alex. Y el otro de ahí ¿quién es? Parece un detective privado o un periodista. ¿Y por qué mira tanto mi cafetería? ¿Y si es el asesino y está fingiendo ser otra persona para inspeccionar las cosas tras su cometido? ¿Será verdad? Ay Paco, a ti se te da bien sonsacar cosas, brivón. Venga, a por él. Le invitaré a un chupito y a ver si se confiesa conmigo. – ¿Caballero qué le pongo?...¿caballero?- Ni caso, se ha ido con Pascual, pues toma, que curre él, todo el día hablando con las chavalillas y ni palo al agua. Veamos de que me entero así disimuladamente, coloco estos platos por aquí, lleno esta jarra de agua por allá, quito el polvo a esta estantería y poco a poco me acerco sigiloso como un tigre en caza, camuflado por mis vajillas, hasta situarme a pocos pasos de mi víctima: - Arsenio Cañizares, redactor de sucesos de “El Observador Imparcial”- ¡Vaya! Ni asesino ni ná de ná. Será uno de esos periodistas de sucesos.

Ahora resulta que están echando a todos mis clientes. Será posible. Acordonada la zona. Todos fuera. ¿Y quién se va a quedar a recoger todo esto? Pues Paco. Como no, Paco. Y encima voy un poco chispilla, espero que no me pare el policía de la puerta que a estas alturas todavía me hace uno de esos tests de alcoholemia. Al final no me he enterado de nada ¿quién habrá matado al chico? Piensa Paco,piensa. Ya sé, debió de ser el profesor presuntuoso, seguro que el chico había dado con un descubrimiento brillante, y el profesor lo quería para él. O ya sé! El cura, que está más para allá que pa’acá. El chico se confesaría de algo horrible y el cura lo mató para como diría él devolver el orden natural al mundo divino o algo así. O puede que fuese la psiquiatra esa, que estaba turuleta, o el periodista curioso, que mostraba mucho interés por el ambiente. ¡A lo mejor fue Montse! Si, puede que haya sido ella, llegar tan temprano a la facultad, limpiarlo todo con lejía (huele a lejía todo que da gusto), pero… ¿cómo va a haber sido Montse? Mmmm... lo dudo mucho.

Paco Paco, que esto es demasiado. A lo que nos lleva el día a día. A darle a la imaginación. Menos mal, que guardas tu botellita de orujo en el cuarto de la limpieza, ahí entre los trastos viejos y las fregonas que no se utilizan, para darte una alegría al cuerpo. Un traguito, y a casa. Mañana sera otro día, otra vez con el: rrriiiiiinngggggg.

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