lunes, 13 de diciembre de 2010

periodista de izquierdas

Hola, chic@s:

He pensado modificar un poco mi perfil con el fin de poder parodiar más. Me parece mejor que un periodista de izquierdas venga del extranjero, de un país que también está en la crisis económica. Todavía no lo tengo hecho así que voy a poner las cosas que tengo hasta ahora.

Bueno, os presento a mi personaje. Es un chico, tiene 29 años. Al terminar la carrera llevaba años en el paro, estaba de repartidor de pizzas, de camarero, de barman. Bueno, había otros trabajos que ni siquiera quiere recordar, con lo que ha perdido confianza en capitalismo. Lleva un año trabajando para un periódico de izquierdas que le manda a Madrid para escribir un reportaje sobre la crisis española. El tiene muchas ganas de hacerlo perfectamente para quedar bien al jefe y para sacar el máximo provecho para su carrera de periodista, pero no tiene tanta experiencia ni inteligencia para poder llevarlo a cabo bien. Interpreta mal los hechos y escribe partiendo de los tópicos y no de lo que investiga. Vamos, es un desastre del periodista. Un día pasa por la Complutense porque había quedado con un profesor para una entrevista y era justo el día después del crimen en el D. Se entera de lo sucedido y le parece una prueba más del mal que el capitalismo está haciendo a la gente joven. Se pone a investigar en ello y aprovecha cada ocasión para hacer entrevistas con estudiantes, pero lo hace sin ton ni son. Es la primera vez que está en Madrid y tiene muchas ganas de conocer la ciudad con lo que se olvida un poco de su encargo profesional y su viaje se convierte en una aventura privada.

martes, 7 de diciembre de 2010

La Psiquiatra Jeanne Roland

Je ne sais pas vraiment comment commencer mon journal. D’ailleurs, je ne sais pas écrire comme un écrivain, je me sens plus proche de la Poésie ou de l’analyse mentale. Bon, pour commencer je vais me présenter en espagnol :
Me llamo  Jeanne Rolland, estoy doctorada en Psiquiatría por la Universidad Sorbonne Paris, 6. Nací el año en que Kennedy visitó la France, con el discurso de Charles De Gaulle en la radio y mis padres esperándome para cuidar el ganado de la ferme de mon grand-père Antoine. Nací inquieta como el viento helado sobre las llanuras nevadas de Nevers, en el seno de una familia tradicional, con raíces aristocráticas y según ma grand-mère Elisabeth, descendientes del linaje de los Roland (vous savez bien, la Chanson de Roland). La familia siempre fue un reinado indestructible de poder y calor afectivo. A los siete años comencé a desarrollar mis primeros análisis profundos sobre mi entorno rural. Comencé por los patitos negros, algo feos, del estanque que se encontraba enfrente de la granja de nuestros vecinos. Parecían volar más deprisa que los otros, incluso desaparecían durante más tiempo y casi nunca volvían a incorporarse a la manada de sus ancestros.
Un día me di cuenta que los patos desaparecían porque los mataban los amigos de mi padre, que eran cazadores igual que mi padre. A los nueve años fui a cazar con ellos y tomé nota en mi primer diario de todo lo que pude observar sobre su comportamiento instintivo y primitivo. Pronto aprendí a disparar con la escopeta de mi padre y comenzaron a gustarme más las armas que los libros por lo que mis padres decidieron ingresarme a un internado para niñas au Lycée Catholique de Saint-Cyr.
Allí me embriagó por completo la poesía de Charles d’Orléans, mi segundo Orlando (el de Virginia Wolf) y la esgrima. Pero a medida que iba creciendo, fui encerrándome conmigo misma, alcanzando una introspección profunda y algo extravagante, que suele caracterizar la personalidad de ciertos adolescentes solitarios, rebeldes y existencialistas. Descuidé mi aprendizaje social, el desarrollo de mis habilidades sociales y me quedé sin amigos durante un largo tiempo. Leí a Simone de Beauvoir, Freud, Lacan y comencé a analizar todo el sistema patriarcal leyendo libros y más libros sobre teoría feminista. A los 18 años comencé Medicina en Paris y cuando me doctoré, a los 30, conseguí una beca para realizar las prácticas de Psiquiatra en el Sanatorio San Francisco de Asís de Madrid. Descubrí la pasión y el lado salvaje de España. Descubrí el toro que llevaba dentro de mi (me enamoré de un famoso torero), la magia de los versos de Ernestina de Champourcín y abandoné les Mémoires de Chateaubriand (pero no sus principios).
Este próximo mes, hace 15 años que decidí abrir mi Gabinete en la calle Lagasca a la altura de José Ortega y Gasset. Actualmente, dispongo de una secretaria y una estabilidad económica y emocional inmejorables.
Una tarde soleada de noviembre, la consulta estaba cerrada y estaba organizando la agenda mensual con los archivos de mis pacientes en mi portátil, cuando alguien llamó al timbre de la puerta. Me sorprendió mucho porque la mayoría de mis pacientes conocen los horarios de mis consultas y los interesados en recibir terapia por primera vez, vienen siempre de parte de alguien y suelen contactarme por teléfono al final de la tarde o de su jornada laboral (...).
La noticia de su fallecimiento fue verdaderamente desconcertante. Era un paciente agradable con una sensibilidad especial. Dicen que fue un asesinato. Tal vez tuvo una crisis.
Voy a tratar de investigar qué le ocurrió o cómo pudo llegar hasta este punto a través de mis fuentes, mis conocimientos y mi experiencia, respetando el Código Deontológico de mi profesión. Este es mi propósito y comenzaré ahora mismo.

sábado, 4 de diciembre de 2010

El muerto

Parezco un pollo abierto sobre una tabla para picar carne: helado, sangriento, sin vida. Mis brazos no responden, no son más que fideos de plomo. Parpadeo y es como si mirara a través de un cristal agrietado. No logro identificar nada. A causa del ángulo inamovible de mi cabeza sólo veo cemento en tres planos. No sé dónde estoy ni cómo he llegado aquí. ¿Quién soy?

Cientos de imágenes lo atacaron como punzadas atravesándole las sienes. Lo que sea que haya visto, le provocó un llanto histérico cuya fuerza su cuerpo destrozado no toleró. El aire comenzó a faltarle y los ojos a salirse de sus órbitas. Tosió sin la satisfacción instantánea de la tos. Su cuerpo comenzó a convulsionar.

–¡Espera! ¡Aún no! –gritó sin voz cuando la garganta se le inundó de un sabor metálico. Entonces se cerró el telón.


Nota biográfica

Alexander García Barceló nació el 23 de noviembre de 1983 en San Juan de Puerto Rico en el seno de una familia acomodada. Su madre, Alejandra Barceló Mojica era diseñadora y su padre, Edmundo García LaSalle, contratista, ambos muy solicitados en sus respectivos trabajos.

Como era de esperarse, Alexander y sus hermanas pasaban bastante tiempo con los abuelos paternos, inmigrantes españoles de la década del 50, o con tutores particulares, pero cuando sus padres estaban en casa se concentraban por completo ellos. Edmundo y Alejandra buscaban potenciar cualquier destreza o atributo que notaran en sus hijos a tal punto que olvidaban que eran meros niños.

Así fue cómo Alexander se convirtió en un deportista ávido desde pequeño. Al principio se debió a instancias de su padre por ser el único varón de la casa, pero más adelante mostró verdadera afición hacia el atletismo, el béisbol y el baloncesto. A los catorce, decidió dedicarse de lleno al último. Después de todo, se trataba del deporte más popular en la Isla.

A lo largo de los años, por su sobresaliente papel en la cancha, se convirtió en un jugador muy seguido por el público. Le apodaron Alex “el titán”. La primera vez que escuchó el apodo le pareció ostentoso, mas rápido de acostumbró. De hecho, sonreía de oreja a oreja, con su sonrisa un poco retorcida, cada vez que lo presentaban con dicho nombre.

Para Alexander el baloncesto significaba diversión, hasta que su padre comenzó a exigirle más y más a raíz de su creciente demanda en la liga Superior Nacional. Cada vez dormía menos. Si se lesionaba Edmundo le acusaba de torpe y distraído. Alexander comenzó a hastiarse. Su vida giraba en torno al baloncesto y la escuela. Envidiaba la libertad de sus amigos, su completa despreocupación, deseaba usar el transporte público en vez de su Jeep rojo último modelo.

En pocos meses, comenzaría los estudios de ingeniería mecánica, y ni siquiera estaba seguro de que tal carrera fuese para él. Pero como “el que no escucha consejo no llega a viejo”, se dejó llevar por su padre e ingresó a la renombrada escuela de ingeniería del Colegio de Mayagüez. Poco a poco se fue alejando del deporte y abrazó la vida universitaria. Viviendo a dos horas de sus padres sentía que el aire era distinto, abundante y liviano. Sus padres no le permitían “janguear” (proveniente de ‘to hang out‘) en San Juan, pero lo que pasaba en Mayagüez en Mayagüez permanecía. Así que estudiaba lo suficiente para aprobar las clases y el resto del tiempo salía con sus amigos. Ya nunca subía al área metro (San Juan y pueblos limítrofes) los fines de semana, como acostumbra hacer la mayoría de los estudiantes.

Alejandra y Edmundo pensaban que el distanciamiento se debía a la carga de los estudios. Así que una noche decidieron hacerle una visita sorpresa a su niño adorado. Cuando llegaron al lujoso apartamento que ellos pagaban, encontraron a Alexander semidesnudo sentado en el sofá de la sala. Había alguien más. Una nube de humo les rodeaba. Alexander inhalaba por una manga que daba a un cilindro de cristal. Había ropa, basura y botellas vacías por todas partes. La otra persona era una chica que estaba de rodillas frente a Alexander. Alejandra, como en trance, permaneció inmóvil junto a la puerta de entrada con una mano sobre la boca y los ojos abiertos de par en par. Edmundo caminó con pasos amplios hasta ellos y apartó a la muchacha de un empujón. Seguido agarró a su hijo por el cuello, ignorando su bragueta abierta. Ambos eran altos y fornidos. Uno la réplica joven del otro. Casi se tocaron con la misma nariz cuyo puente estaba levemente desviado. Edmundo miró dentro de los ojos de avellana que ya no eran suyos. Estaban vacíos. El titán se había convertido en un insecto, pensó Edmundo. Se sintió asqueado por el mal olor que emanaba de su hijo. Alexander abrió los brazos en ofrenda y le brindó una sonrisa socarrona. De la rabia, Edmundo lo tiró al suelo de un puñetazo.

—Desde hoy mi hijo ha muerto –dijo y se marchó con la mirada vidriosa que nadie notó, llevando a Alejandra prácticamente a rastras consigo.

A los pocos meses, Alexander se fue a España de intercambio estudiantil por un semestre. En Europa se enamoró de la arquitectura, el arte y las letras. Tanto así que, una vez obtuvo su título en Puerto Rico, terminó con su novia de turno y regresó a Madrid, donde cursó varias maestrías en la disciplinas que disfrutaba. Este año había comenzado el doctorado. Para sustentarse daba clases particulares a niños y adolescentes, ya fueran de deporte, inglés o matemáticas. En las últimas semanas trabajó los fines de semana como “bouncer” en un conocido Pub del Centro. Sin embargo, su presencia incitaba pleitos en vez de evitarlos, razón por la cual exhibía uno que otro moretón. Últimamente andaba de mal humor, lo que era bastante inusual en él. Solía ser la alegría de la fiesta. Tenía muchos panas (colegas, amigos), aunque en realidad ninguno lo conocía a fondo. Alguno que otro le había preguntado por los cambios que notaban en él. Se había rapado la cabeza, los tatuajes, cuyos significados nunca confesaba, sobrepasaban la media docena y la pérdida de peso acentuaba unas oscuras ojeras en un rostro que meses atrás había sido considerado atractivo. Pero como siempre, Alexander, con su sonrisa pícara, daba una explicación muy lógica a los cambios o recurría a desviar el tema hacia la otra persona. De Alexander sólo sabían que era un chico listo, simpático y divertido. Sus amistades y conocidos nunca se plantearon que lo que conocían de él era bastante superficial hasta que una mañana apareció morado y tieso en el patio interior del edificio D de la Facultad de Filología.


jueves, 2 de diciembre de 2010

La profesora Irene Vázquez Redón

Hola chicos!  Lamento mucho el retraso...  Pues realmente aún no he comenzado un relato literario como tal pero sí tengo una caracterización de mi personaje.  Es una profesora llamada Irene Vázquez Redón.  Tiene 36 años de edad.  Es guapa, muy activa y sociable.  La enseñanza es, para ella, una verdadera vocación, lo cual la hace empatizar con sus estudiantes y ofrecerles  mucho apoyo y ayuda académica.  También le gusta socializar con ellos.  Sus enfoques intelectuales son las literaturas femeninas, las vanguardias y la post-modernindad, tendencias que le llevan a tener choques ocasionales con las corrientes de pensamiento más tradicionales de algunos de los demás profesores.  No obstante, es bastante despistada y, como le cuesta decir que no y es igualmente impulsiva, suele comprometerse excesivamente, razón por la que vive en un caos incesante.  Normalmente es alegre pero, si la enfadan por algún motivo, es propensa a la explosión emotiva.  El día del crimen, (que creo que establecimos que sería el viernes en la noche), ella fue una de las últimas en irse de la Facultad porque, aunque no impartía clases los viernes, tenía una reunión con un estudiante al que le estaba ayudando con su tesis (que puede o no ser el propio muerto, eso depende de los demás relatos y el consenso común).  Alguien (luego podemos decidir quién), la vio irse muy exaltada por alguna razón desconocida...
Bueno pues hasta ahora eso es lo que he determinado.  Todavía falta muchísimo por trabajar.  Ya lo seguiré elaborando con mayor detalle...  Hasta la próxima semana...

Karen Bartemes Miranda

miércoles, 1 de diciembre de 2010

El muerto en proceso

Hola a todos! Os pido disculpas por no haber subido el perfil del muerto aún. Comencé escribiendo una biografía y terminé con un relato. Lo peor es que no veo ni pizca de parodia en lo que escribí. Puedo editarlo hasta quedar mas o menos satisfecha, pero no tendré tiempo hasta el viernes. Si alguno de vosotros necesita el perfil antes, dejadme saber. De lo contrario, lo subo el viernes. Os adelanto que el muerto se llama Alexander García Barceló, natal de Puerto Rico y estudiante de doctorado.

Hasta mañana!

Perfil del camarero

Hola, mi nombre es Paco, así sin más, sin colorantes ni conservantes, Paco.
Bienvenidos a mi pequeño país que linda al norte con la barra, al sur con la cafetera, al este con el microondas y al oeste con la máquina de tabaco. Yo soy lo que se considera un gran profesional. Tengo 60 años y llevo dedicado a esto desde los 14 ¡no les digo más! Pero no he estado siempre aquí recluido. Comencé por los bares castizos de Madrid. Lo mío viene de familia. Mi padre era ni más ni menos que el mesero de Biscote, siempre amable con los clientes, corbatín y pantalones de pinza, chaleco, que si le recomiendo este vino, que si le recomiendo este otro, que si la cazuela de congrio, la cazuela de lengua pot-au-feu a la langue de alexandre pukall, conocedor de los mejores platos, un artista sirviendo la mesa, siempre con entusiasmo, con esmero, ni una mala cara, ni un mal gesto. Un camarero con todas las letras. Yo era conocido comoel mozo Paquito (auxiliar de mi padre, me atrevería a decir). Algún día, me decía a mí mismo, seré camarero, como mi padre. Y practicaba la elegancia, la finura, la sutileza con que un camarero debe desplazarse por los salones de su comedor. Mi momento llegó, me ascendieron a camarero. Ya no era el simple mocito que transporta cajas y alcanza el sacacorchos al barman. Me movía con destreza entre las sillas, la bandeja alta en la mano derecha, la mano izquierda detrás de la espalda, servilleta de tela en el antebrazo, cabeza erguida, y allá iba, como patinando sobre hielo, a atender a mis clientes. Sonreía y me sonreían, siempre con dignidad, siempre con buen trato, Don Paco, me llamaban. Fíjense, Don Paco. Sin duda, los mejores años de mi vida, camarero de Biscote (durante 20 años). Pero, amigos míos, todo lo bueno acaba. Llegaron otros bares, otros clientes, otros dueños, reformas, las luces cálidas se sustituyeron por luces fluorescentes, las sillas de madera por sillas de plástico, pero lo peor de todo, llegó el tiempo. Los camareros castizos, los de siempre, éramos sustituidos por jovencitas y jovencitos sin amor al arte, a su oficio, sólo empleos temporales, de dos o tres meses. Biscote cerró, lo compró un empresario de no sé dónde. Y tras ir y venir por varios sitios, acabé aquí, como camarero de facultad. No es lo que imaginaba en mi infancia, pero oye, hay que ganarse el pan, y esto es lo que me da de comer cada día. Sin embargo, las cosas ya no son lo que eran, qué desprecio al camarero, qué poco valorado. Profesores, alumnos, directores, administrativos, conserjes, todos pasan por aquí, y casi ninguno sabe mi nombre, aquí todos los camareros somos iguales, no hay distinción. Yo, en cambio, me acuerdo de cómo quieren el café (con leche, sin leche, leche desnatada, semidesnatada, de soja, cortado, largo, americano, doble, con hielo, con whisky…), me acuerdo de qué desayunan (porras, churros, tostada, donuts, cereales, fruta), recuerdo el nombre de alguno, y no porque me lo hayan dicho, sino porque, he de reconocer, alguna vez he estirado un poco la oreja y escuchado alguna conversación que no debía; necesidades, oiga. Pero esto va cambiar, yo lo sé. Algún día seré recordado y se hablará de mí. Paco, Paco, se oirá por las esquinas. Volveré a mi esplendor, se me tratará con respeto y atención. Seré considerado. Basta ya de ser invisible.

-¿Cómo? ¿Qué han encontrado a un muerto en la facultad?- Fíjense de lo que se entera uno por escuchar lo que no debe…

El sacerdote

Sé, porque Dios me ha concedido la gracia de entenderlo, que hoy en día consagrar a vida a difundir la palabra de Nuestro Señor es empresa inútil. Cada miércoles de pie en la puerta de la capilla miro a los estudiantes pasar y vuelvo a ser testigo del vicio y el pecado que se ha agravado en extremo en sus almas. ¡Ni un solo justo salvaría a este lugar de la destrucción, el fuego y el azufre! ¿Pero qué…? ¡No! ¡Perdona, Oh Dios Misericordioso, la ira de tu siervo así como también yo les perdono a ellos su lujuria y su soberbia! Derrama sobre los estudiantes tu gracia y devuélvelos al camino de la salvación. Yo, que debí ser pescador de hombres, no me queda nada más que orar por sus almas pues no puedo valerme de ningún otro medio.

Llevaba así, casi seis años sin haber confesado nunca a nadie, sumido en la inquietud de la irremediable perdición de la humanidad cuando, un día llegó un estudiante solicitando la confesión. Tal fue mi desconcierto que hice una breve oración para que El Señor me iluminara antes de realizar el sacramento. El muchacho confesó que el asunto que le preocupaba era la cuestión de la descendencia de Cristo. Le aconsejé que se alejara de tales disertaciones que no eran sino una tentación del diablo sobre su fe y le mandé rezar diez aves marías. Ese mismo mes, llegó otro estudiante con la misma pregunta. Y luego llegó otro y luego otro.

Recé a Dios para que me concediera la sabiduría para obrar de acuerdo a su voluntad. La inquietud respecto al asunto se debía a una novela de Dan Brown. Escuché muchas opiniones de otros sacerdotes que decían que era una obra inmoral, una conspiración contra la santa iglesia, un libro escrito por grupos marxistas, una obra del diablo. Todo esto pudo haber sido verdad o no pero, ¿si Jesucristo no hubiera dicho nunca sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, La Iglesia sería más o menos verdadera? No importa. La capilla volvía a llenarse, las personas volvían a pensar en el catolicismo, los fieles buscaban la comunión con Dios y los estudiantes acudían a confesión. Los caminos de El Señor son inescrutables.


Fue entonces cuando tuve una iluminación. Soñé que estaba en mi pueblo, en casa de mis padres, frente a un lago que se extendía hasta donde mis ojos no alcanzaban a ver. Al fondo había un bote y dos hombres pescando. M di cuenta de esos hombres éramos yo y mi hermano y estábamos echando las redes para pescar pero no sacábamos ningún pez. Luego se nos acercó Jesucristo caminando sobre las aguas y dijo mi nombre. Mi hermano le dijo que no habíamos pescado nada. Jesucristo se acercó y me di cuenta de que no tenía rostro y dijo “Claro que has pescado, eres un pescador de hombres”. Nos dimos cuenta de que la barca estaba llena de libros, tanto que se hundía y tuvo que venir a ayudarnos otra barca porque seguíamos pescando y pescando libros y se llenaron de tal manera que ambas barcas se hundían. Mi hermano lloró y me dijo “soy un pecador” y desperté.

Doblegué mis penitencias y mis sacrificios pero resultó insuficiente. Pedí permiso al obispo para retirarme a mi pueblo. No revelé a nadie la misión que Dios me había encomendado puesto que todavía no era capaz de comprenderla completamente. El permiso me fue concedido. Después de tres años de soledad, reflexión, oración y ayuno concluí que no era Jesucristo quien me había hablado en sueños y por eso no había podido ver su cara. El que me había hablado era su descendiente y encontrarlo significaría la salvación de la humanidad. Con este nuevo objetivo retomé mis labores como párroco titular de la capilla de La Complutense. Los estudiantes volvían a ser escasos y otra vez tuve que cancelar la celebración de la eucaristía debido a que nadie se presentó a la hora de la santa misa. Había un par de estudiantes que aún iban a confesarse por razones diversas. La obra de Brown Pastor no había sido lo suficientemente fuerte y ahora la comunidad comenzaba a disgregarse. Debía encontrar el grial a toda costa. Pasé meses investigando en la biblioteca y conversando con distintos profesores y sacerdotes sin develar nunca la misión que Dios tenía para mí. Cuando hube abandonado todas mis esperanzas, aconteció nuevamente la maravilla y volví a soñar el mismo sueño, solamente que ahora el rostro blanco de Jesucristo sí mostraba facciones. Reconocí horrorizado a uno de los chicos que había asistido a confesión el miércoles pasado. Pensé que en mi distracción había prestado poca atención a lo que me había dicho pero que recordaba cierta turbación inusual en sus gestos. Mucho mayor fue mi horror cuando, al lunes siguiente, lo encontraron muerto en el patio del edificio D de Filología. Mi misión consiste en investigar si era el descendiente de Cristo y si logro comprobarlo la humanidad estará salvada. Dios lo guarde en su gloria.

lunes, 29 de noviembre de 2010

Perfil del estudiante

José Santos da Silva o Zé Silva para los más íntimos. Quienes conocen un poco la cultura brasileña ya se habrán imaginado mis orígenes. Nací pobre, en la periferia de una gran ciudad y mi nombre -creo yo, porque nunca lo investigué de hecho- debe de ser el mismo de un millón de brasileños más. Además de pobre, era casi invisible.

Mi madre me creó sola gracias a su duro trabajo en la cafetería de una universidad, donde empezó su sueño: quería que su hijo fuese “doctor”. En las expresiones populares de mi país, eso quiere decir que el objetivo de su vida era que yo me graduara en la universidad, como muchos de aquellos jóvenes a quiénes les servía comida todos los días. Por suerte, Dios -eso dice mi madre, no estoy seguro si creo o no en Él- me hizo inteligente.

Desde muy pequeño logré estudiar en el colegio de la universidad que es público, pero accesible solamente a los hijos de empleados y profesores. Así que crecí en un ambiente socio-económicamente mixto, algo bastante raro en mi país, donde ricos y pobres no se mezclan. “El vals en la camarilla, la salsa en la senzala (senzala: habitación de esclavos negros)”, dice el refrán.

Ah bueno, se me ha olvidado comentar, soy negro, lo que debería disminuir aún más mis posibilidades de lograr éxito en una sociedad que quinientos años después sigue sufriendo las consecuencias de la esclavitud. Pero, como he dicho, debería. En mis primeras memorias recuerdo la frase que mi madre me decía todos los días al dejarme en el colegio, mirándome fondo en los ojos: “- Hijo, eres igual que todo el mundo, pero tienes la piel de chocolate. Eso te hace más rico”. Así que, nunca me sentí inferior a nadie y era libre para buscar lo que quería.

Mi trayectoria en el colegio fue suficiente para dejar mi madre bastante orgullosa. Cuando recibí mi primer premio de redacción estuvo allí junto a toda aquella gente pija llorando por el éxito de su hijo pobre y negro.
En mi tiempo libre me gustaba jugar a los videojuegos. Solo podía hacerlo en casa de mis compañeros ricos hasta que mi madre me compró un ordenador para pagar en doce sufridas parcelas. Aquello cambió mi vida. Pasaba todo el rato delante de aquél aparato intentando entender como funcionaba. Y lo que parece es que tengo un don natural para ello y luego sabía desmontarlo, montarlo y arreglarlo. Entonces empecé a trabajar como informático, aunque mi formación fuese simplemente autodidáctica. Con eso, la vida empezó mejorar en casa y mi madre pudo disminuir sus largas jornadas de trabajo.

Cuando terminé el bachillerato empecé una carrera de ingeniería informática bajo el éxtasis de mi madre imaginando su sueño realizado: “- ¡Mi hijo va a ser doctor!” En el tercer año de la carrera logré una beca para hacer un intercambio en España, donde estuve por un año. En Madrid compartía un piso con otros estudiantes y fue allí que conocí mi amigo fulanito (el muerto). Durante todo el año fuimos muy próximos, mi amigo me presentó la ciudad y la cultura española. Me llevó a muchos sitios, a veces de marcha, a veces de turismo, a veces solo para pasar el tiempo. Desafortunadamente nos distanciamos cuando volví a Brasil para terminar la carrera.

Algunos años después, a la edad de 24 años, logré otra beca para volver a España para hacer un master en la Universidad Complutense. Lo primero que hice cuando llegué a Madrid fue buscar a mi amigo, pero lo encontré un poco distinto. Ya no me invitaba tanto a salir y me trataba como un simple conocido. Hasta el día que vino a visitarme con su ordenador estropeado para yo lo arreglara. Le dije que tendría que dejarlo conmigo algunos días, estaba muy dañado y de pronto no pude descubrir cual era el problema.

Pero, percibí que no era solo al ordenador que le pasaba algo, mi amigo estaba muy raro, nervioso, temblaba y sudaba. Le pregunté si era todo a causa del ordenador estropeado e intenté tranquilizarle diciendo que lo arreglaría. No se tranquilizó y supe que había algo más que no quería contarme.

Insistí y por fin me dijo que sí, que le pasaba algo pero, que no podría contármelo antes de hacer lo que iba a hacer al día siguiente -no me dijo qué era-. Nunca más volví a verle.

Días después de haber dejado mi casa completamente trastornado, lo encontraron muerto en la universidad. Todavía no saben cómo ha muerto y me parece que hay muchas personas involucradas en la investigación. Yo tengo su ordenador todavía y acabo de lograr arreglarlo. A partir de ahora también voy a investigar. Quiero saber que le pasó y seguramente dentro de esta máquina están muchas pistas para solucionar el caso.

Perfil de la novia por Internet

Impetuoso, tu cuerpo es como un río

Donde el mío se pierde.

Si escucho, sólo oigo tu rumor.

De mí, ni la señal más breve.

Imagen de los gestos que tracé,

Irrumpe puro y completo.

Por eso, río fue el nombre que le di.

Y en él el cielo queda más próximo.


No sé porqué quiso el azar ponerme delante estos versos pocas horas después de enterarme de lo que había sucedido. Atrás había quedado una semana infinita de angustias inquebrantables en las que nada pude saber de él, de mi amor, mi río. Desapareció. Justo después de aquella primera vez en que nos vimos desapareció para siempre. Por supuesto, yo no lo sabía, yo todavía esperaba que la luz del sol se reflejara en su cauce y a la vez en el mío. Todo parecía avanzar al fin. Después de nueve meses de frases, de notas, de conversaciones escritas quebrantando todos los horarios, parecía al fin que él, mi amor, mi río, y yo, también mi amor, también el río, nos perderíamos juntos en un solo trayecto de unidad.

Después de la breve nota –mi río ha muerto-. Después de la noticia, me sentí liberada. Parecía que el episodio había llegado a su fin. Tal vez extrañé las cartas físicas que no nos dirigimos, algo que poder enmarcar o quemar. Resetear, darle al delete, arrastrar nueve meses de mi vida a una papelera de reciclaje me pareció tan frío que ni siquiera quise buscarme un parecer. Continué leyendo Una cuestión personal y me dije “seguro que Bird acabará liándose con Himiko”, mandé traer una ensalada de lechuga y descansé por fin de las 22 horas diarias durante una semana revisando el twitter, el blog, los comentarios de El Economista, los últimos hilos de forocoches, el número de visitas a la página de la “International José Rizal Network Magazine”, modificaciones en la Wikipedia que contuvieran su característico “pues y”, citas y referencias con su nombre, con su nick, con su correo, con su usernumber blackberry, iphone, ipad, psp, lastfm, kazaalite, wii, número convencional o fijo, pasaporte, primeras secuencias descodificadas de ácido desoxirribonucleico, color de las pestañas en RGB y CMYK, talla de píe, número de pulsaciones por minuto, dos horas de sueño y otra vez nombres de sus conocidos en Facebook, MSN Messenger permanentemente abierto, Yahoo Messenger permanentemente abierto. Google Talk permanentemente abierto, Skype, dos números de teléfono móvil y uno fijo, operador permanentemente en línea del canal IRC “La Cocina de los Libros”, estadísticas de tecleo y utilización de Ip. en el barrio desde el que solía conectarse, dos horas de sueño, soñar con mi río, 22 horas más, soñar con mi río, 22 horas, mi río, 22, río. Una semana así hasta que alguien pone por fin en su twitter “Lamento comunicar… Mi río ha muerto.

Todo podría haber seguido como si nada, acabando yo la infumable novela de Kenzaburo Oé, conectándome otra vez a un ritmo natural de 10 horas al día, buscando con quien hablar, buscándome otro cauce y otro río, si no fuera por ese poema accidental, el eco de otro poema –o del mismo poema- que el me había enviado alguna vez en los últimos nueve meses anteriores a esta semana horrible en la que desapareció mi río y no sabía todavía si él, qué había pasado con él. Y no sabía todavía dónde, si había desaparecido, si había perdido la memoria, si me había engañado a imagen de los gestos que tracé. Pero ahora estaba muerto. Había aparecido su cadáver en una universidad de Madrid así que compré un vuelo y me dije ¿quién era él, por qué ese final, habría algo cierto? Mi papá me gritó al salir por la puerta

- ¿Dónde te crees qué vas Calista Sylvine?

Pero no me importó. Ahora tan solo me importaba comprender a mi río.

Perfil de Ramón Bretones-Galeno, médico forense de la investigación.


Ramón Bretones-Galeno es lo que llamamos un médico de familia, en tanto que fue toda su familia la que le obligó a ser médico. Tras recibir el duodécimo fonendoscopio como regalo de cumpleaños se dio por vencido y, recapacitando en la consulta de sus padres, decidió compaginar sus estudios médicos con su pasión por los buenos vinos y la fotografía. A la hora de escoger la especialidad dudó mucho, se inclinaba por algo que sonara bien: otorrinolaringología, cirugía maxilo facial, semiología clínica, etc. Sin embargo, acababa de comprarse el primer coche y haciéndose forense los plazos se pasarían volando. En la facultad de medicina nunca le dijeron que sería forense, sino que se formaría en jurisprudencia médica. ¡Casi médico y abogado al mismo tiempo! Por muy bien que sonara aquella especialidad, al poco tiempo se puso de manifiesto que los forenses eran médicos mal pagados y poco queridos. Ramón, que huía de la vida retirada, quiso hacer algo para que su nombre apareciera a la misma altura que el de sus colegas de la facultad. Algunos conocidos (de esos que deben siempre pequeños favores) hicieron un par de llamadas y Ramón se convirtió en profesor contratado de “fotografía forense” en la UCM. Parecía que tampoco su tiempo de ocio lo había escogido en vano, con su pasión por la fotografía y su nariz de oro, era capaz de distinguir, comparándolo con una botella de tinto abierta, los días que un hombre llevaba muerto. Con treinta años, dos cámaras de foto, una casa heredada en la playa y casi ocho amigos, Ramón se jactaba de ser un diamante en bruto de la medicina. Sus métodos eran siempre eficaces, los aparatos más nuevos del mercado, una conducta intachable y enormes propinas a todo el cuerpo médico por Navidad. El frío comenzaba a apretar y Ramón empezó a valorar seriamente casarse el próximo verano. Debía hablar con su madre, comunicarle que ya estaba preparado y que consentía que se le presentara a mujeres. Mientras este nuevo sentimiento le rondaba, recibió una llamada de la facultad. Al mismo tiempo que se juraba no volver a contestar cuando apareciera en pantalla un número oculto, saltó de alegría al comprender que aquella llamada llevaría su nombre directamente a “Tribuna Complutense”. Ahora ya no importaba que la medicina le gustase o no, Ramón se sentía orgulloso de haber tomado sin ningún tipo de respaldo todas esas decisiones que le catapultarían a la fama. Iba a tener el primer muerto para él solito; por lo visto algún estudiante de esos mediocres de letras había sido encontrado muerto en uno de sus edificios.

Perfil de la señora de la limpieza

Buenos días señoras y señores (hay que seguir el protocol, las damas first). Me llamo Montserrat Sánchez de Quirós y nací hace 40 años en Lleida. Provengo de una familia de rancio abolengo proveniente de los Pirineos Catalanes, ¡great mountains! Mi educación siempre ha estado marcada por asistir a las most elitist schools en las que completé mis ciclos educativos con las mejores calificaciones posibles.

Ya desde teenager sentía pasión por la literatura y devoraba todos los libros que mis padres podían proporcionarme, desde literatura infantil hasta grandes clásicos. Mis títulos favoritos iban desde Un capitán de 15 años a The Tempest, pasando por Lyrical Ballads y mis adorados Cavallier Poets. Como bien se puede observar, era bastante ducha en el uso del inglés, aunque también me defendía muy bien en francés, gracias a las muchas vacaciones que pasábamos en el sur de Francia mi familia y yo.

Precisamente por la pasión que sentía hacia los grandes títulos en lengua inglesa decidí estudiar Filología Inglesa, carrera que me dio grandes alegrías pero que también me proporcionó las más amargas tristezas (oh! Gosh). Con 18 años mis padres me permitieron mudarme a Barcelona, a una de las más prestigiosas universidades que por aquellos entonces estaba a la vanguardia de la educación universitaria en España. Gracias al desahogo económico que disfrutábamos en mi casa mis padres alquilaron un precioso piso al que por su puesto venía también mi adorada nanny.

Me licencié con unas notas magníficas y me especialicé en Literatura Inglesa Romántica. Como los undergraduate studies no me llenaban, decidí doctorarme, una de mis más acuciantes amibitions. Con 27 años acabé mi tesis, cuyo título fue Romantic women, who are them? Y entré de lleno en el mundo universitario gracias a una plaza como profesora. Dediqué 10 años de mi vida a la docencia hasta que me sobrevino el dissaster: me enamoré de un catedrático de universidad 20 años más mayor que yo y especialista en Derecho Civil. Fue la nuestra una relación bastante especial y tormentosa, ya que la manteníamos en secreto por no estar bien visto las relaciones entre compañeros. Me olvidé comentar que yo ejercía la docencia en la misma universidad de Barcelona en la que había estudiado.

Después de 2 años de relación y bastantes penurias emocionales decidí desvincularme de él y seguir con mi vida como docente pero la proximidad era unbearable y puse rumbo a Madrid. Conseguí trabajo inmediatamente pero no me sentía a gusto y decidí dar un cambio radical. Me propuse seguir estudiando pero Oh! Gosh! Cual fue mi surprise cuando mi antiguo amante pasó a ser rector de la universidad en la que actualmente trabajaba… No pensé que eso fuera important pero él no guardaba un bonito recuerdo de mí y decidió hacerme pagar el desplante que le di. Shit!! ¿Cómo pude acceder al chantaje que me hizo? Es imposible no acceder cuando la propuesta incluye el no volver a ser aceptada en ninguna universidad como docente, you know.

Yo ya no podía volver con mis padres ya que habían muerto algunos años atrás y tampoco podía olvidar la humillación a la que había sido sometida así que decidí estar lo más próxima a él como alguien que casi no se hiciera notar. ¿Qué mejor que una señora de la limpieza con acceso a todas las llaves, oficinas, clases y despachos de la universidad? Pero el destino me aguardaba una última ironía: conseguí plaza en la contrata que llevaba la limpieza pero mi primer destino fue precisamente la Facultad de Filología, en uno de los nuevos edificios. Pero nadie podía conocerme ya que también decidí cambiar tanto de aspecto como de personalidad.

Sólo llevaba una semana en mi puesto cuando al empezar mi turno de mañana me encontré con el espectáculo más awful imaginable: había un chico muerto en el patio interior. Oh! Gosh! Pero mis ansias de venganza fueron más fuertes que el impacto de la muerte, y al llamar al conserje sólo pensaba en la vergüenza que supone como rector que aparezca un dead guy en el Campus…

domingo, 28 de noviembre de 2010

Dr. Corbacho. Catedrático de Lengua y Literatura Ibérica Preclásica

Hola a todos. Mi nombre es Epidio Corbacho Rey y, por si esta no fuera desgracia suficiente, una nueva calamidad se cierne sobre mí: me estoy haciendo viejo. Quizá no lo creáis -vosotros, que empezáis a ver la vida- pero es un tema muy serio, terriblemente serio. Más aún cuando llegas a casa cada noche y no encuentras a nadie que escuche tus penas y las mitigue con una sopa caliente.

Sin embargo, no debéis creerme uno de esos ancianos amargados que malgastan su tiempo lanzando su frustración y rencor contra el mundo. La vejez acecha, sí, pero aun tengo fuerzas para ocuparme de una cuestión más importante que algunas canas entre las púas. Una cuestión que requiere toda mi capacidad intelectual. Veréis: después de casi cuatro lustros dedicado a la investigación de los restos arqueológicos y lingüísticos en el valle del río Esla (no exclusivamente) -disciplina apasionante que exige años y años de profundo estudio y amplísimos conocimientos-, estos últimos meses sentía muy cerca el final, la posibilidad de probar científicamente una hipótesis revolucionaria que agrupa el nacimiento del vasco, el indoeuropeo y las lenguas amerindias en torno una zona de apenas treinta kilómetros cuadrados entre Asturias, León y Galicia, junto a los famosos lugares de Busdungo y Camplongo. Pero hay algo que no termina de encajar, y mi tiempo se agota. Cada vez estoy más cansado.

Supongo que, como toda persona culta, se darán cuenta ustedes de la importancia de semejante hallazgo y de la necesidad de ocupar las veinticuatro horas del día a reflexionar y releer los estudios fundamentales acerca de la materia. Por este motivo, generalmente he rechazado el contacto directo y amistoso con los alumnos a los que imparto las lecciones, un contacto que, por otra parte, están muy lejos de merecer esos vagos carentes de inquietudes. Cada año es peor. En mis sesenta y siete años, dos tercios de ellos delante de mentes poco más que infantiles, nunca había visto un escándalo mayor que el de las últimas hornadas de estudiantes. Ya no soporto sus risas en clase, sus conversaciones, el constante pitido de sus teléfonos móviles, toda esa vitalidad obscena que me restriegan por la cara.

Y si digo esto de mis alumnos, mejor no hablar de mis colegas,. La situación clama al cielo. En las pocas ocasiones en que me he visto obligado a irrumpir en alguna clase, compruebo atónito que no sabría diferenciar “eso”, de una reunión de amigotes en un bar de pueblo. Por eso me mantengo discretamente al margen, realizando mi labor desde el despacho, protegido por las estanterías llenas de libros como un castillo inexpugnable, donde la vulgaridad y frivolidad que campan por doquier no pueden alcanzarme. Cuando yo era joven las cosas eran muy diferentes. El respeto a las ideas, el culto a la sabiduría, la responsabilidad... todo eso se ha perdido y, a cambio, tenemos un páramo cultural dominado por los programas del corazón y el fútbol, ese maldito fútbol. Si ni siquiera hay ya jugadores como los de antes.

Diatribas aparte, lo cierto es que la vida nunca deja de sorprenderte y ahora, a mis años, cuando pensaba que ya sabía todo lo que ese mundo fuera de los libros (como si existiera un mundo fuera de los libros, como si ignorásemos que el universo son solo palabras) podía ofrecerme, ese pobre chico muere. Nunca me han atraído las glorias mundanas pero, de repente, la facultad enloquece y una parte de mí quiere responder a la llamada de mi corazón que pide volver a vivir, que desea realizar su destino olvidado de héroe. Y no puedo negarme. Siento que me he ganado escuchar ese impulso que me asalta desde lo más profundo.

Yo, Epidio Corbacho Rey, con la sola ayuda de mis células grises, resolveré el misterio.

Perfil de Arsenio Cañizares, periodista que investigará el Crimen en el D

Arsenio Cañizares es un periodista de los de verdad, de raza. Formado en las aulas de la Escuela Oficial de Periodismo, y en la escuela de la calle, pertenece a esa casi extinguida generación de reporteros que se fía más del teléfono fijo que del móvil y de la fuente de confianza que del rumor en SMS. A duras penas sus jóvenes jefes han logrado evitar su despido por obsolescencia, convenciéndolo de que sustituya su viejo Pentium por una tableta última generación en la que sin embargo, Arsenio no consigue apretar menos de tres teclas a la vez, y de la que prefiere ignorar el 80% de sus aplicaciones. Su batalla diaria le gusta librarla en las calles, en los juzgados, en los hospitales, en  las comisarías de policía. Sí, sobre todo en las comisarías y en los cuartelillos, donde todavía queda esperanza para el orden y la paz en esta España fragmentada, gracias a la entrega de esos héroes que forman los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado. Arsenio quiso ser detective una vez, pero a Mª Pilar, su novia entonces, su mujer hoy, la madre de sus tres hijos, le parecía más romántico el Periodismo y él no supo negarse. En los últimos 30 años ha visto pasar de todo por la redacción de “El Observador Imparcial”, la casa que vislumbró sus dotes para la investigación y la narración veraz de los hechos cuando apenas tenía los 20 recién cumplidos. De su primer Director, D. Gustavo Fernández de Almansa, apenas queda un leve recuerdo a través del parecido físico en su sobrino nieto Gustavito, heredero de la fortuna familiar y Presidente del grupo editorial. El íntimo amigo de Gustavito, Borja Sepúlveda, es hoy el Redactor-Jefe  de Arsenio y eso que el único laboratorio forense que ha visto en su vida es el del C.S.I. Arsenio se mueve por el distrito centro de Madrid como pez en acuario, y casi todas las semanas es capaz de sacarse una y a veces hasta dos crónicas sobre la tormentosa vida del lumpen noctámbulo, autóctono y forastero. Pero precisamente esta mañana, un mensaje en su blackberry le conmina a desplazarse de inmediato a la Universidad Complutense donde acaban de encontrar el cadáver de un chaval tirado en un patio interior de la facultad de Filología.