lunes, 29 de noviembre de 2010

Perfil de Ramón Bretones-Galeno, médico forense de la investigación.


Ramón Bretones-Galeno es lo que llamamos un médico de familia, en tanto que fue toda su familia la que le obligó a ser médico. Tras recibir el duodécimo fonendoscopio como regalo de cumpleaños se dio por vencido y, recapacitando en la consulta de sus padres, decidió compaginar sus estudios médicos con su pasión por los buenos vinos y la fotografía. A la hora de escoger la especialidad dudó mucho, se inclinaba por algo que sonara bien: otorrinolaringología, cirugía maxilo facial, semiología clínica, etc. Sin embargo, acababa de comprarse el primer coche y haciéndose forense los plazos se pasarían volando. En la facultad de medicina nunca le dijeron que sería forense, sino que se formaría en jurisprudencia médica. ¡Casi médico y abogado al mismo tiempo! Por muy bien que sonara aquella especialidad, al poco tiempo se puso de manifiesto que los forenses eran médicos mal pagados y poco queridos. Ramón, que huía de la vida retirada, quiso hacer algo para que su nombre apareciera a la misma altura que el de sus colegas de la facultad. Algunos conocidos (de esos que deben siempre pequeños favores) hicieron un par de llamadas y Ramón se convirtió en profesor contratado de “fotografía forense” en la UCM. Parecía que tampoco su tiempo de ocio lo había escogido en vano, con su pasión por la fotografía y su nariz de oro, era capaz de distinguir, comparándolo con una botella de tinto abierta, los días que un hombre llevaba muerto. Con treinta años, dos cámaras de foto, una casa heredada en la playa y casi ocho amigos, Ramón se jactaba de ser un diamante en bruto de la medicina. Sus métodos eran siempre eficaces, los aparatos más nuevos del mercado, una conducta intachable y enormes propinas a todo el cuerpo médico por Navidad. El frío comenzaba a apretar y Ramón empezó a valorar seriamente casarse el próximo verano. Debía hablar con su madre, comunicarle que ya estaba preparado y que consentía que se le presentara a mujeres. Mientras este nuevo sentimiento le rondaba, recibió una llamada de la facultad. Al mismo tiempo que se juraba no volver a contestar cuando apareciera en pantalla un número oculto, saltó de alegría al comprender que aquella llamada llevaría su nombre directamente a “Tribuna Complutense”. Ahora ya no importaba que la medicina le gustase o no, Ramón se sentía orgulloso de haber tomado sin ningún tipo de respaldo todas esas decisiones que le catapultarían a la fama. Iba a tener el primer muerto para él solito; por lo visto algún estudiante de esos mediocres de letras había sido encontrado muerto en uno de sus edificios.

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