lunes, 29 de noviembre de 2010

Perfil de la novia por Internet

Impetuoso, tu cuerpo es como un río

Donde el mío se pierde.

Si escucho, sólo oigo tu rumor.

De mí, ni la señal más breve.

Imagen de los gestos que tracé,

Irrumpe puro y completo.

Por eso, río fue el nombre que le di.

Y en él el cielo queda más próximo.


No sé porqué quiso el azar ponerme delante estos versos pocas horas después de enterarme de lo que había sucedido. Atrás había quedado una semana infinita de angustias inquebrantables en las que nada pude saber de él, de mi amor, mi río. Desapareció. Justo después de aquella primera vez en que nos vimos desapareció para siempre. Por supuesto, yo no lo sabía, yo todavía esperaba que la luz del sol se reflejara en su cauce y a la vez en el mío. Todo parecía avanzar al fin. Después de nueve meses de frases, de notas, de conversaciones escritas quebrantando todos los horarios, parecía al fin que él, mi amor, mi río, y yo, también mi amor, también el río, nos perderíamos juntos en un solo trayecto de unidad.

Después de la breve nota –mi río ha muerto-. Después de la noticia, me sentí liberada. Parecía que el episodio había llegado a su fin. Tal vez extrañé las cartas físicas que no nos dirigimos, algo que poder enmarcar o quemar. Resetear, darle al delete, arrastrar nueve meses de mi vida a una papelera de reciclaje me pareció tan frío que ni siquiera quise buscarme un parecer. Continué leyendo Una cuestión personal y me dije “seguro que Bird acabará liándose con Himiko”, mandé traer una ensalada de lechuga y descansé por fin de las 22 horas diarias durante una semana revisando el twitter, el blog, los comentarios de El Economista, los últimos hilos de forocoches, el número de visitas a la página de la “International José Rizal Network Magazine”, modificaciones en la Wikipedia que contuvieran su característico “pues y”, citas y referencias con su nombre, con su nick, con su correo, con su usernumber blackberry, iphone, ipad, psp, lastfm, kazaalite, wii, número convencional o fijo, pasaporte, primeras secuencias descodificadas de ácido desoxirribonucleico, color de las pestañas en RGB y CMYK, talla de píe, número de pulsaciones por minuto, dos horas de sueño y otra vez nombres de sus conocidos en Facebook, MSN Messenger permanentemente abierto, Yahoo Messenger permanentemente abierto. Google Talk permanentemente abierto, Skype, dos números de teléfono móvil y uno fijo, operador permanentemente en línea del canal IRC “La Cocina de los Libros”, estadísticas de tecleo y utilización de Ip. en el barrio desde el que solía conectarse, dos horas de sueño, soñar con mi río, 22 horas más, soñar con mi río, 22 horas, mi río, 22, río. Una semana así hasta que alguien pone por fin en su twitter “Lamento comunicar… Mi río ha muerto.

Todo podría haber seguido como si nada, acabando yo la infumable novela de Kenzaburo Oé, conectándome otra vez a un ritmo natural de 10 horas al día, buscando con quien hablar, buscándome otro cauce y otro río, si no fuera por ese poema accidental, el eco de otro poema –o del mismo poema- que el me había enviado alguna vez en los últimos nueve meses anteriores a esta semana horrible en la que desapareció mi río y no sabía todavía si él, qué había pasado con él. Y no sabía todavía dónde, si había desaparecido, si había perdido la memoria, si me había engañado a imagen de los gestos que tracé. Pero ahora estaba muerto. Había aparecido su cadáver en una universidad de Madrid así que compré un vuelo y me dije ¿quién era él, por qué ese final, habría algo cierto? Mi papá me gritó al salir por la puerta

- ¿Dónde te crees qué vas Calista Sylvine?

Pero no me importó. Ahora tan solo me importaba comprender a mi río.

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