lunes, 13 de diciembre de 2010

periodista de izquierdas

Hola, chic@s:

He pensado modificar un poco mi perfil con el fin de poder parodiar más. Me parece mejor que un periodista de izquierdas venga del extranjero, de un país que también está en la crisis económica. Todavía no lo tengo hecho así que voy a poner las cosas que tengo hasta ahora.

Bueno, os presento a mi personaje. Es un chico, tiene 29 años. Al terminar la carrera llevaba años en el paro, estaba de repartidor de pizzas, de camarero, de barman. Bueno, había otros trabajos que ni siquiera quiere recordar, con lo que ha perdido confianza en capitalismo. Lleva un año trabajando para un periódico de izquierdas que le manda a Madrid para escribir un reportaje sobre la crisis española. El tiene muchas ganas de hacerlo perfectamente para quedar bien al jefe y para sacar el máximo provecho para su carrera de periodista, pero no tiene tanta experiencia ni inteligencia para poder llevarlo a cabo bien. Interpreta mal los hechos y escribe partiendo de los tópicos y no de lo que investiga. Vamos, es un desastre del periodista. Un día pasa por la Complutense porque había quedado con un profesor para una entrevista y era justo el día después del crimen en el D. Se entera de lo sucedido y le parece una prueba más del mal que el capitalismo está haciendo a la gente joven. Se pone a investigar en ello y aprovecha cada ocasión para hacer entrevistas con estudiantes, pero lo hace sin ton ni son. Es la primera vez que está en Madrid y tiene muchas ganas de conocer la ciudad con lo que se olvida un poco de su encargo profesional y su viaje se convierte en una aventura privada.

martes, 7 de diciembre de 2010

La Psiquiatra Jeanne Roland

Je ne sais pas vraiment comment commencer mon journal. D’ailleurs, je ne sais pas écrire comme un écrivain, je me sens plus proche de la Poésie ou de l’analyse mentale. Bon, pour commencer je vais me présenter en espagnol :
Me llamo  Jeanne Rolland, estoy doctorada en Psiquiatría por la Universidad Sorbonne Paris, 6. Nací el año en que Kennedy visitó la France, con el discurso de Charles De Gaulle en la radio y mis padres esperándome para cuidar el ganado de la ferme de mon grand-père Antoine. Nací inquieta como el viento helado sobre las llanuras nevadas de Nevers, en el seno de una familia tradicional, con raíces aristocráticas y según ma grand-mère Elisabeth, descendientes del linaje de los Roland (vous savez bien, la Chanson de Roland). La familia siempre fue un reinado indestructible de poder y calor afectivo. A los siete años comencé a desarrollar mis primeros análisis profundos sobre mi entorno rural. Comencé por los patitos negros, algo feos, del estanque que se encontraba enfrente de la granja de nuestros vecinos. Parecían volar más deprisa que los otros, incluso desaparecían durante más tiempo y casi nunca volvían a incorporarse a la manada de sus ancestros.
Un día me di cuenta que los patos desaparecían porque los mataban los amigos de mi padre, que eran cazadores igual que mi padre. A los nueve años fui a cazar con ellos y tomé nota en mi primer diario de todo lo que pude observar sobre su comportamiento instintivo y primitivo. Pronto aprendí a disparar con la escopeta de mi padre y comenzaron a gustarme más las armas que los libros por lo que mis padres decidieron ingresarme a un internado para niñas au Lycée Catholique de Saint-Cyr.
Allí me embriagó por completo la poesía de Charles d’Orléans, mi segundo Orlando (el de Virginia Wolf) y la esgrima. Pero a medida que iba creciendo, fui encerrándome conmigo misma, alcanzando una introspección profunda y algo extravagante, que suele caracterizar la personalidad de ciertos adolescentes solitarios, rebeldes y existencialistas. Descuidé mi aprendizaje social, el desarrollo de mis habilidades sociales y me quedé sin amigos durante un largo tiempo. Leí a Simone de Beauvoir, Freud, Lacan y comencé a analizar todo el sistema patriarcal leyendo libros y más libros sobre teoría feminista. A los 18 años comencé Medicina en Paris y cuando me doctoré, a los 30, conseguí una beca para realizar las prácticas de Psiquiatra en el Sanatorio San Francisco de Asís de Madrid. Descubrí la pasión y el lado salvaje de España. Descubrí el toro que llevaba dentro de mi (me enamoré de un famoso torero), la magia de los versos de Ernestina de Champourcín y abandoné les Mémoires de Chateaubriand (pero no sus principios).
Este próximo mes, hace 15 años que decidí abrir mi Gabinete en la calle Lagasca a la altura de José Ortega y Gasset. Actualmente, dispongo de una secretaria y una estabilidad económica y emocional inmejorables.
Una tarde soleada de noviembre, la consulta estaba cerrada y estaba organizando la agenda mensual con los archivos de mis pacientes en mi portátil, cuando alguien llamó al timbre de la puerta. Me sorprendió mucho porque la mayoría de mis pacientes conocen los horarios de mis consultas y los interesados en recibir terapia por primera vez, vienen siempre de parte de alguien y suelen contactarme por teléfono al final de la tarde o de su jornada laboral (...).
La noticia de su fallecimiento fue verdaderamente desconcertante. Era un paciente agradable con una sensibilidad especial. Dicen que fue un asesinato. Tal vez tuvo una crisis.
Voy a tratar de investigar qué le ocurrió o cómo pudo llegar hasta este punto a través de mis fuentes, mis conocimientos y mi experiencia, respetando el Código Deontológico de mi profesión. Este es mi propósito y comenzaré ahora mismo.

sábado, 4 de diciembre de 2010

El muerto

Parezco un pollo abierto sobre una tabla para picar carne: helado, sangriento, sin vida. Mis brazos no responden, no son más que fideos de plomo. Parpadeo y es como si mirara a través de un cristal agrietado. No logro identificar nada. A causa del ángulo inamovible de mi cabeza sólo veo cemento en tres planos. No sé dónde estoy ni cómo he llegado aquí. ¿Quién soy?

Cientos de imágenes lo atacaron como punzadas atravesándole las sienes. Lo que sea que haya visto, le provocó un llanto histérico cuya fuerza su cuerpo destrozado no toleró. El aire comenzó a faltarle y los ojos a salirse de sus órbitas. Tosió sin la satisfacción instantánea de la tos. Su cuerpo comenzó a convulsionar.

–¡Espera! ¡Aún no! –gritó sin voz cuando la garganta se le inundó de un sabor metálico. Entonces se cerró el telón.


Nota biográfica

Alexander García Barceló nació el 23 de noviembre de 1983 en San Juan de Puerto Rico en el seno de una familia acomodada. Su madre, Alejandra Barceló Mojica era diseñadora y su padre, Edmundo García LaSalle, contratista, ambos muy solicitados en sus respectivos trabajos.

Como era de esperarse, Alexander y sus hermanas pasaban bastante tiempo con los abuelos paternos, inmigrantes españoles de la década del 50, o con tutores particulares, pero cuando sus padres estaban en casa se concentraban por completo ellos. Edmundo y Alejandra buscaban potenciar cualquier destreza o atributo que notaran en sus hijos a tal punto que olvidaban que eran meros niños.

Así fue cómo Alexander se convirtió en un deportista ávido desde pequeño. Al principio se debió a instancias de su padre por ser el único varón de la casa, pero más adelante mostró verdadera afición hacia el atletismo, el béisbol y el baloncesto. A los catorce, decidió dedicarse de lleno al último. Después de todo, se trataba del deporte más popular en la Isla.

A lo largo de los años, por su sobresaliente papel en la cancha, se convirtió en un jugador muy seguido por el público. Le apodaron Alex “el titán”. La primera vez que escuchó el apodo le pareció ostentoso, mas rápido de acostumbró. De hecho, sonreía de oreja a oreja, con su sonrisa un poco retorcida, cada vez que lo presentaban con dicho nombre.

Para Alexander el baloncesto significaba diversión, hasta que su padre comenzó a exigirle más y más a raíz de su creciente demanda en la liga Superior Nacional. Cada vez dormía menos. Si se lesionaba Edmundo le acusaba de torpe y distraído. Alexander comenzó a hastiarse. Su vida giraba en torno al baloncesto y la escuela. Envidiaba la libertad de sus amigos, su completa despreocupación, deseaba usar el transporte público en vez de su Jeep rojo último modelo.

En pocos meses, comenzaría los estudios de ingeniería mecánica, y ni siquiera estaba seguro de que tal carrera fuese para él. Pero como “el que no escucha consejo no llega a viejo”, se dejó llevar por su padre e ingresó a la renombrada escuela de ingeniería del Colegio de Mayagüez. Poco a poco se fue alejando del deporte y abrazó la vida universitaria. Viviendo a dos horas de sus padres sentía que el aire era distinto, abundante y liviano. Sus padres no le permitían “janguear” (proveniente de ‘to hang out‘) en San Juan, pero lo que pasaba en Mayagüez en Mayagüez permanecía. Así que estudiaba lo suficiente para aprobar las clases y el resto del tiempo salía con sus amigos. Ya nunca subía al área metro (San Juan y pueblos limítrofes) los fines de semana, como acostumbra hacer la mayoría de los estudiantes.

Alejandra y Edmundo pensaban que el distanciamiento se debía a la carga de los estudios. Así que una noche decidieron hacerle una visita sorpresa a su niño adorado. Cuando llegaron al lujoso apartamento que ellos pagaban, encontraron a Alexander semidesnudo sentado en el sofá de la sala. Había alguien más. Una nube de humo les rodeaba. Alexander inhalaba por una manga que daba a un cilindro de cristal. Había ropa, basura y botellas vacías por todas partes. La otra persona era una chica que estaba de rodillas frente a Alexander. Alejandra, como en trance, permaneció inmóvil junto a la puerta de entrada con una mano sobre la boca y los ojos abiertos de par en par. Edmundo caminó con pasos amplios hasta ellos y apartó a la muchacha de un empujón. Seguido agarró a su hijo por el cuello, ignorando su bragueta abierta. Ambos eran altos y fornidos. Uno la réplica joven del otro. Casi se tocaron con la misma nariz cuyo puente estaba levemente desviado. Edmundo miró dentro de los ojos de avellana que ya no eran suyos. Estaban vacíos. El titán se había convertido en un insecto, pensó Edmundo. Se sintió asqueado por el mal olor que emanaba de su hijo. Alexander abrió los brazos en ofrenda y le brindó una sonrisa socarrona. De la rabia, Edmundo lo tiró al suelo de un puñetazo.

—Desde hoy mi hijo ha muerto –dijo y se marchó con la mirada vidriosa que nadie notó, llevando a Alejandra prácticamente a rastras consigo.

A los pocos meses, Alexander se fue a España de intercambio estudiantil por un semestre. En Europa se enamoró de la arquitectura, el arte y las letras. Tanto así que, una vez obtuvo su título en Puerto Rico, terminó con su novia de turno y regresó a Madrid, donde cursó varias maestrías en la disciplinas que disfrutaba. Este año había comenzado el doctorado. Para sustentarse daba clases particulares a niños y adolescentes, ya fueran de deporte, inglés o matemáticas. En las últimas semanas trabajó los fines de semana como “bouncer” en un conocido Pub del Centro. Sin embargo, su presencia incitaba pleitos en vez de evitarlos, razón por la cual exhibía uno que otro moretón. Últimamente andaba de mal humor, lo que era bastante inusual en él. Solía ser la alegría de la fiesta. Tenía muchos panas (colegas, amigos), aunque en realidad ninguno lo conocía a fondo. Alguno que otro le había preguntado por los cambios que notaban en él. Se había rapado la cabeza, los tatuajes, cuyos significados nunca confesaba, sobrepasaban la media docena y la pérdida de peso acentuaba unas oscuras ojeras en un rostro que meses atrás había sido considerado atractivo. Pero como siempre, Alexander, con su sonrisa pícara, daba una explicación muy lógica a los cambios o recurría a desviar el tema hacia la otra persona. De Alexander sólo sabían que era un chico listo, simpático y divertido. Sus amistades y conocidos nunca se plantearon que lo que conocían de él era bastante superficial hasta que una mañana apareció morado y tieso en el patio interior del edificio D de la Facultad de Filología.


jueves, 2 de diciembre de 2010

La profesora Irene Vázquez Redón

Hola chicos!  Lamento mucho el retraso...  Pues realmente aún no he comenzado un relato literario como tal pero sí tengo una caracterización de mi personaje.  Es una profesora llamada Irene Vázquez Redón.  Tiene 36 años de edad.  Es guapa, muy activa y sociable.  La enseñanza es, para ella, una verdadera vocación, lo cual la hace empatizar con sus estudiantes y ofrecerles  mucho apoyo y ayuda académica.  También le gusta socializar con ellos.  Sus enfoques intelectuales son las literaturas femeninas, las vanguardias y la post-modernindad, tendencias que le llevan a tener choques ocasionales con las corrientes de pensamiento más tradicionales de algunos de los demás profesores.  No obstante, es bastante despistada y, como le cuesta decir que no y es igualmente impulsiva, suele comprometerse excesivamente, razón por la que vive en un caos incesante.  Normalmente es alegre pero, si la enfadan por algún motivo, es propensa a la explosión emotiva.  El día del crimen, (que creo que establecimos que sería el viernes en la noche), ella fue una de las últimas en irse de la Facultad porque, aunque no impartía clases los viernes, tenía una reunión con un estudiante al que le estaba ayudando con su tesis (que puede o no ser el propio muerto, eso depende de los demás relatos y el consenso común).  Alguien (luego podemos decidir quién), la vio irse muy exaltada por alguna razón desconocida...
Bueno pues hasta ahora eso es lo que he determinado.  Todavía falta muchísimo por trabajar.  Ya lo seguiré elaborando con mayor detalle...  Hasta la próxima semana...

Karen Bartemes Miranda

miércoles, 1 de diciembre de 2010

El muerto en proceso

Hola a todos! Os pido disculpas por no haber subido el perfil del muerto aún. Comencé escribiendo una biografía y terminé con un relato. Lo peor es que no veo ni pizca de parodia en lo que escribí. Puedo editarlo hasta quedar mas o menos satisfecha, pero no tendré tiempo hasta el viernes. Si alguno de vosotros necesita el perfil antes, dejadme saber. De lo contrario, lo subo el viernes. Os adelanto que el muerto se llama Alexander García Barceló, natal de Puerto Rico y estudiante de doctorado.

Hasta mañana!

Perfil del camarero

Hola, mi nombre es Paco, así sin más, sin colorantes ni conservantes, Paco.
Bienvenidos a mi pequeño país que linda al norte con la barra, al sur con la cafetera, al este con el microondas y al oeste con la máquina de tabaco. Yo soy lo que se considera un gran profesional. Tengo 60 años y llevo dedicado a esto desde los 14 ¡no les digo más! Pero no he estado siempre aquí recluido. Comencé por los bares castizos de Madrid. Lo mío viene de familia. Mi padre era ni más ni menos que el mesero de Biscote, siempre amable con los clientes, corbatín y pantalones de pinza, chaleco, que si le recomiendo este vino, que si le recomiendo este otro, que si la cazuela de congrio, la cazuela de lengua pot-au-feu a la langue de alexandre pukall, conocedor de los mejores platos, un artista sirviendo la mesa, siempre con entusiasmo, con esmero, ni una mala cara, ni un mal gesto. Un camarero con todas las letras. Yo era conocido comoel mozo Paquito (auxiliar de mi padre, me atrevería a decir). Algún día, me decía a mí mismo, seré camarero, como mi padre. Y practicaba la elegancia, la finura, la sutileza con que un camarero debe desplazarse por los salones de su comedor. Mi momento llegó, me ascendieron a camarero. Ya no era el simple mocito que transporta cajas y alcanza el sacacorchos al barman. Me movía con destreza entre las sillas, la bandeja alta en la mano derecha, la mano izquierda detrás de la espalda, servilleta de tela en el antebrazo, cabeza erguida, y allá iba, como patinando sobre hielo, a atender a mis clientes. Sonreía y me sonreían, siempre con dignidad, siempre con buen trato, Don Paco, me llamaban. Fíjense, Don Paco. Sin duda, los mejores años de mi vida, camarero de Biscote (durante 20 años). Pero, amigos míos, todo lo bueno acaba. Llegaron otros bares, otros clientes, otros dueños, reformas, las luces cálidas se sustituyeron por luces fluorescentes, las sillas de madera por sillas de plástico, pero lo peor de todo, llegó el tiempo. Los camareros castizos, los de siempre, éramos sustituidos por jovencitas y jovencitos sin amor al arte, a su oficio, sólo empleos temporales, de dos o tres meses. Biscote cerró, lo compró un empresario de no sé dónde. Y tras ir y venir por varios sitios, acabé aquí, como camarero de facultad. No es lo que imaginaba en mi infancia, pero oye, hay que ganarse el pan, y esto es lo que me da de comer cada día. Sin embargo, las cosas ya no son lo que eran, qué desprecio al camarero, qué poco valorado. Profesores, alumnos, directores, administrativos, conserjes, todos pasan por aquí, y casi ninguno sabe mi nombre, aquí todos los camareros somos iguales, no hay distinción. Yo, en cambio, me acuerdo de cómo quieren el café (con leche, sin leche, leche desnatada, semidesnatada, de soja, cortado, largo, americano, doble, con hielo, con whisky…), me acuerdo de qué desayunan (porras, churros, tostada, donuts, cereales, fruta), recuerdo el nombre de alguno, y no porque me lo hayan dicho, sino porque, he de reconocer, alguna vez he estirado un poco la oreja y escuchado alguna conversación que no debía; necesidades, oiga. Pero esto va cambiar, yo lo sé. Algún día seré recordado y se hablará de mí. Paco, Paco, se oirá por las esquinas. Volveré a mi esplendor, se me tratará con respeto y atención. Seré considerado. Basta ya de ser invisible.

-¿Cómo? ¿Qué han encontrado a un muerto en la facultad?- Fíjense de lo que se entera uno por escuchar lo que no debe…

El sacerdote

Sé, porque Dios me ha concedido la gracia de entenderlo, que hoy en día consagrar a vida a difundir la palabra de Nuestro Señor es empresa inútil. Cada miércoles de pie en la puerta de la capilla miro a los estudiantes pasar y vuelvo a ser testigo del vicio y el pecado que se ha agravado en extremo en sus almas. ¡Ni un solo justo salvaría a este lugar de la destrucción, el fuego y el azufre! ¿Pero qué…? ¡No! ¡Perdona, Oh Dios Misericordioso, la ira de tu siervo así como también yo les perdono a ellos su lujuria y su soberbia! Derrama sobre los estudiantes tu gracia y devuélvelos al camino de la salvación. Yo, que debí ser pescador de hombres, no me queda nada más que orar por sus almas pues no puedo valerme de ningún otro medio.

Llevaba así, casi seis años sin haber confesado nunca a nadie, sumido en la inquietud de la irremediable perdición de la humanidad cuando, un día llegó un estudiante solicitando la confesión. Tal fue mi desconcierto que hice una breve oración para que El Señor me iluminara antes de realizar el sacramento. El muchacho confesó que el asunto que le preocupaba era la cuestión de la descendencia de Cristo. Le aconsejé que se alejara de tales disertaciones que no eran sino una tentación del diablo sobre su fe y le mandé rezar diez aves marías. Ese mismo mes, llegó otro estudiante con la misma pregunta. Y luego llegó otro y luego otro.

Recé a Dios para que me concediera la sabiduría para obrar de acuerdo a su voluntad. La inquietud respecto al asunto se debía a una novela de Dan Brown. Escuché muchas opiniones de otros sacerdotes que decían que era una obra inmoral, una conspiración contra la santa iglesia, un libro escrito por grupos marxistas, una obra del diablo. Todo esto pudo haber sido verdad o no pero, ¿si Jesucristo no hubiera dicho nunca sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, La Iglesia sería más o menos verdadera? No importa. La capilla volvía a llenarse, las personas volvían a pensar en el catolicismo, los fieles buscaban la comunión con Dios y los estudiantes acudían a confesión. Los caminos de El Señor son inescrutables.


Fue entonces cuando tuve una iluminación. Soñé que estaba en mi pueblo, en casa de mis padres, frente a un lago que se extendía hasta donde mis ojos no alcanzaban a ver. Al fondo había un bote y dos hombres pescando. M di cuenta de esos hombres éramos yo y mi hermano y estábamos echando las redes para pescar pero no sacábamos ningún pez. Luego se nos acercó Jesucristo caminando sobre las aguas y dijo mi nombre. Mi hermano le dijo que no habíamos pescado nada. Jesucristo se acercó y me di cuenta de que no tenía rostro y dijo “Claro que has pescado, eres un pescador de hombres”. Nos dimos cuenta de que la barca estaba llena de libros, tanto que se hundía y tuvo que venir a ayudarnos otra barca porque seguíamos pescando y pescando libros y se llenaron de tal manera que ambas barcas se hundían. Mi hermano lloró y me dijo “soy un pecador” y desperté.

Doblegué mis penitencias y mis sacrificios pero resultó insuficiente. Pedí permiso al obispo para retirarme a mi pueblo. No revelé a nadie la misión que Dios me había encomendado puesto que todavía no era capaz de comprenderla completamente. El permiso me fue concedido. Después de tres años de soledad, reflexión, oración y ayuno concluí que no era Jesucristo quien me había hablado en sueños y por eso no había podido ver su cara. El que me había hablado era su descendiente y encontrarlo significaría la salvación de la humanidad. Con este nuevo objetivo retomé mis labores como párroco titular de la capilla de La Complutense. Los estudiantes volvían a ser escasos y otra vez tuve que cancelar la celebración de la eucaristía debido a que nadie se presentó a la hora de la santa misa. Había un par de estudiantes que aún iban a confesarse por razones diversas. La obra de Brown Pastor no había sido lo suficientemente fuerte y ahora la comunidad comenzaba a disgregarse. Debía encontrar el grial a toda costa. Pasé meses investigando en la biblioteca y conversando con distintos profesores y sacerdotes sin develar nunca la misión que Dios tenía para mí. Cuando hube abandonado todas mis esperanzas, aconteció nuevamente la maravilla y volví a soñar el mismo sueño, solamente que ahora el rostro blanco de Jesucristo sí mostraba facciones. Reconocí horrorizado a uno de los chicos que había asistido a confesión el miércoles pasado. Pensé que en mi distracción había prestado poca atención a lo que me había dicho pero que recordaba cierta turbación inusual en sus gestos. Mucho mayor fue mi horror cuando, al lunes siguiente, lo encontraron muerto en el patio del edificio D de Filología. Mi misión consiste en investigar si era el descendiente de Cristo y si logro comprobarlo la humanidad estará salvada. Dios lo guarde en su gloria.